Área de Presidencia

Muy buenas tardes a todos y bienvenidos al Senado de España. Vamos a dar comienzo a este acto de entrega de la Medalla de Oro de la Arquitectura y de las Medallas anuales del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España. 

Me acompañan en esta mesa la Ministra de Fomento, Dª Ana Pastor, y el Presidente del Consejo, D. Jordi Ludevid, a quien, sin más dilación, cedo el uso de la palabra.


Permítanme que, antes de dar por concluido este acto, exprese públicamente mi enhorabuena y mi elogio a las personas que hoy han sido distinguidas:

  • A D. Manuel Ribas Piera y D. Manuel de Solà-Morales, a título póstumo, y D. Eduardo Mangada, por la Medalla del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España.
  • Y a D. Antonio Cruz Villalón y D. Antonio Ortiz García, por la Medalla de Oro de la Arquitectura 2014.


Un año más, este acto de público reconocimiento de excelentes arquitectos y urbanistas, que se han significado por su magistral trayectoria profesional, nos sirve también para proclamar y defender el inestimable valor social de la arquitectura y el urbanismo.

Los arquitectos no somos –no debemos ser nunca- meros artífices ni de escenarios, ni de telones de fondo, por muy artísticos o espectaculares que éstos sean.

Lo que, en realidad, nuestros conciudadanos esperan de nosotros es que proyectemos y construyamos espacios en los que todo el mundo pueda sentirse a gusto para vivir, para trabajar o para relacionarse socialmente.

Y ese “sentirse a gusto” entraña, en primer lugar, la funcionalidad:


Porque todos deseamos y tenemos derecho a una arquitectura y a un urbanismo, que contribuyan a nuestra calidad de vida, que nos ayuden a cubrir nuestras necesidades del mejor modo posible, es decir, mediante un uso eficiente y responsable de los recursos técnicos y materiales disponibles.
 

Pero no sólo se trata de funcionalidad; la sociedad también espera que la arquitectura aporte identidad: 

Es decir, las personas necesitamos habitar, trabajar o movernos cotidianamente por espacios reconocibles.


Espacios con los que, de un modo u otro, podamos sentirnos identificados: que podamos sentir que son expresión de nuestra tradición cultural, de nuestro modo de entender el mundo, y también, por supuesto, de nuestras aspiraciones y nuestros sueños.

 

La dimensión artística y cultural de la arquitectura y del urbanismo, jamás pueden desligarse de ese ineludible compromiso social.


En su hermosa obra dedicada a la recreación de ciudades imaginarias (Las ciudades invisibles), Italo Calvino nos recuerda que las urbes, mucho más que agregados de edificios y calles, son el lugar donde innumerables memorias y deseos se comparten y se intercambian.

 
En toda ciudad existe un discurso oculto, un hilo secreto, una norma por lo general indescifrable, pero de la que se deriva su coherencia interna y su personalidad peculiar.
De ese modo, una ciudad jamás puede explicarse por su grado de adecuación con el proyecto ideal de una mente pensante, ni tampoco por el resultado del mero azar.

No es ningún modelo en particular el que rige la vida de una urbe, pero tampoco lo es el caos. En realidad, lo único que puede explicar una ciudad, son esos hilos invisibles con los que se entretejen las relaciones humanas.
Por eso, mientras las ciudades viven, jamás pueden estar acabadas. No hay nada que necesariamente haya de ser de un modo u otro, sino que todo es contingente, todas las posibilidades están siempre abiertas.


Sin embargo, aunque sea de manera inestable o fluctuante, aunque sea en una constante evolución marcada por el juego de las relaciones económicas y sociales, cada ciudad tiene un carácter propio que jamás debería perder.
Creo que a los arquitectos y a los urbanistas, les corresponde saber interpretar esa clave implícita en la personalidad de cada espacio urbano.

 

Y creo que ni la presión de los intereses particulares, ni las urgencias que siempre nos apremian en cada momento, deberían llevarnos a perder de vista esta perspectiva más amplia.

 

Ni siquiera en un mundo tan crecientemente complejo y exigente como en el que hoy vivimos.

 
En nuestra época, los cambios tecnológicos no cesan de abrirnos posibilidades que, ayer apenas, nos parecían insólitas.
Sin embargo, nuestro presente nos obliga, cada día más, a competir duramente en un escenario global.

 

Así las cosas, ensimismarse o encasillarse son las peores actitudes que, hoy, puede adoptar cualquier profesional. Y la arquitectura no es, en absoluto, ninguna excepción a esta regla.


En nuestro tiempo, para salir adelante, no hay más remedio que innovar, saber adaptarse a los cambios, y trabajar desde una perspectiva multidisciplinar y colaborativa.

 

Los retos actuales van por ahí. Y lo cierto es que nuestro país cuenta con jóvenes arquitectos muy bien preparados para afrontarlos. En gran medida, gracias al magisterio de personalidades como los hoy han sido galardonadas por el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos.


Contamos, pues, con nuevas promociones de profesionales, que están sabiendo dar respuesta a las nuevas demandas, con gran esfuerzo y gran talento, y que, en muchos casos, se están proyectando internacionalmente con éxito.


En cualquier caso, siempre se llega más lejos cuando no se olvida de dónde se viene. 
El buen arquitecto ha de saber mirar decididamente hacia el futuro, pero sin dejar de actualizar constantemente aquello que es intrínseco a esta profesión: la contribución, desde el talento creativo, al progreso armónico de la sociedad.

 

Tal es y tal debe seguir siendo nuestra mayor aspiración y nuestro mayor estímulo.


Muchas gracias.


Pío García Escudero
Presidente del Senado 

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