Área de Presidencia

Señoras y señores, compañeros y amigos:


Permitidnos tomar prestadas las palabras que usó Adela Cortina para agradecer, no hace muchos días, la concesión del Premio Nacional de Ensayo.

“Recibir este premio ha sido para mí una alegría y aceptarlo una obviedad. ¿Razones para hacerlo? No hacen falta muchas. Es cosa natural en las personas acoger con agradecimiento las muestras de estima por el trabajo realizado y con esa naturalidad lo recibo. Más todavía cuando ha sido un jurado de personas muy cualificadas el que ha tomado la decisión de conceder el premio. La gratitud, creo yo, va de suyo”.

 

 

Nuestro país está necesitado en estos días de actitudes agradables similares a la suya. Es por ello que hacemos nuestras sus palabras y con la misma obviedad y naturalidad, aceptamos y agradecemos la distinción de que hemos sido objeto por el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos. Damos las gracias al jurado que nos ha elegido entre otros candidatos y al Colegio de arquitectos de Asturias que ha propuesto nuestra candidatura.

Se cobra verdaderamente conciencia de la importancia de esta distinción al consultar la lista de arquitectos que han merecido previamente este galardón. El elenco impresiona. La medalla se concede por primera vez en 1981 como reconocimiento a dos figuras tan imprescindibles como Jose Luis Sert y Félix Candela. A partir de ese momento y cada cierto tiempo se han producido otros nombramientos que han marcado la historia reciente de la arquitectura española. Pero hay algo que impresiona aún más y es que, si exceptuamos algunos nombres que debido a su relativamente temprana desaparición no alcanzaron este honor, y alguna otra ausencia de nuestra generación que las próximas convocatorias vendrán a subsanar, la lista recoge todos los grandes nombres de la arquitectura española. Ello acrecienta en gran manera el valor de esta distinción.

Nos vemos por tanto incluidos en una relación de arquitectos que, o bien han sido nuestros maestros directos o bien profesionales a cuya obra volvemos con frecuencia para buscar las soluciones que no encontramos. Así que, en seguida, nuestro inicial agradecimiento se ve acompañado de una gran responsabilidad.

Antes de ir más adelante debería decir que estas palabras como casi todo en nuestro estudio son fruto de la colaboración entre nosotros dos y sólo al azar se debe que yo las lea hoy.


Y dado que es el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos quien concede esta medalla nos ha parecido oportuno hacer alguna reflexión sobre el ejercicio de nuestra profesión, sobre cuáles han sido los cambios que hemos vivido a lo largo de nuestra carrera, sobre hacia donde creemos que se encamina nuestra actividad.
 

Para empezar convendría situar el inicio de nuestra trayectoria profesional: Habíamos acabado la carrera en la Escuela de Madrid en 1971 y con tan solo 23 años y un más que escaso bagaje de conocimientos decidimos abrir nuestro propio estudio, en Sevilla, por increíble y osado que hoy pueda parecer que alguien tan joven inicie una práctica profesional independiente.

Pero en aquellos años, a alguien que acababa de terminar la carrera de arquitectura se le consideraba con los conocimientos suficientes para ejercer la profesión por la misma singular y aún más peligrosa razón que a un titulado en medicina se le consideraba capaz de diagnosticar y recetar. Los títulos universitarios gozaban de un elevado reconocimiento social y se consideraba a aquellos que los habían obtenido preparados, sin más, para ejercer su profesión.

Vivíamos los últimos años del franquismo, los arquitectos que ejercían la profesión con un compromiso social y cultural eran una muy escasa minoría y en la ciudad donde decidimos comenzar nuestra actividad, prácticamente una rareza.

Plantearnos la profesión con el grado de compromiso al que antes nos hemos referido, era considerado por casi todos, una actitud suicida. Ni los poderes públicos ni aún menos los promotores privados estaban interesados en esta manera de entender la arquitectura. Sin embargo nuestra decisión de tomar esta vía va a ser varios años después la opción más acertada cuando la democracia se inicie en nuestro país y, entre tantas otras cosas, cambie la manera de hacer o de entender el papel social y cultural de la arquitectura.

De aquellos primeros años nos queda el recuerdo del tiempo de aprendizaje que recorrimos ambos concentrándonos en la práctica profesional estricta, y a través de la comunicación entre nosotros dos se completó nuestra formación.

Es necesario citar a aquellos que confiaron en nosotros más por proximidad familiar que por ninguna otra razón, de los que recibimos nuestros primeros encargos. Resulta significativo que cuando en 1987 realizamos nuestra primera publicación en una revista extranjera, Casabella, las tres obras publicadas, las viviendas Doña María Coronel, Lumbreras y Hombre de Piedra hubieran sido promovidas por la misma persona, mi padre. El confió en dos arquitectos jóvenes e inexpertos y nosotros aún hoy lo recordamos y se lo agradecemos.

A esto y a muy poco más se han reducido nuestros contactos con la promoción privada en España. El eje de nuestra actividad han sido los trabajos públicos, prácticamente siempre, a través de concursos.



Tras estos inicios, nosotros, nuestra generación, tuvo la fortuna de encontrarse en una posición privilegiada. Cuando se produce el cambio político hacia la democracia, todo estaba por hacer, la carencia de servicios públicos en el país era altísima. Así recibimos encargos y ganamos concursos importantes a una edad en la que los arquitectos de hoy aún no han podido siquiera comenzar su práctica independiente.

Nuestra trayectoria ha sido contemporánea de la casi increíble transformación de nuestro país. Simplemente, dos arquitectos jóvenes y vocacionales, crecieron profesionalmente a la vez que lo hacía su país.

Hemos disfrutado con el ejercicio de nuestra actividad y de ahí se han seguido unos trabajos que hoy ustedes generosamente están reconociendo –con gran satisfacción nuestra – que estuvieron bien hechos.

Hemos asistido también a la transformación de una profesión muy artesanal en una profesión mucho más tecnificada. Hoy, y estamos dando ya un salto de muchos años, el arquitecto se ha convertido en el coordinador de tantos otros técnicos que participan en el proceso constructivo y sin embargo, aquí en España – lo que ya es una rareza -aún conservamos la responsabilidad sobre la totalidad de lo que se construye. Esto es algo que debería ser reconsiderado sin que deseablemente se pierda el control total del proceso constructivo.

La defensa del rol tradicional de arquitecto en la que el Consejo Superior está lógicamente empeñado no podrá hacerse tan solo a través de la defensa y perpetuación de la situación legal vigente. Sino que debe estar fundamentada en que los arquitectos recuperemos la valoración social que alguna vez tuvimos.

El arquitecto español o al menos su marco legal sigue aún hoy en la mayoría de los casos y a pesar de la creciente complejidad de la práctica profesional, asumiendo la responsabilidad completa de todos los otros técnicos que con él intervienen en la edificación.

Es un alto precio el asumir responsabilidades que van mucho más allá de nuestros conocimientos y preparación técnica, si bien supone la posibilidad de mantener un elevado control y poder de decisión en el proceso del proyecto y la ejecución de la obra.

Más adelante hemos tenido la oportunidad de trabajar en otros países y comprobar cuan distinta puede ser la manera en que se ejerce la profesión fuera de nuestro ámbito. Describirlo puede ayudar a conocer el mundo que viene o, dicho de otra manera, puede servir como aviso para caminantes.

En nuestra experiencia, cada vez más se espera que el arquitecto se ocupe, preferente y a veces casi exclusivamente, de los aspectos formales. Los distintos técnicos que en España dependen del arquitecto son en estos países directamente contratados por el cliente. A pesar de las evidentes ventajas desde el punto de vista económico y de deslinde de responsabilidades, ello supone en ocasiones la pérdida de control de las decisiones del proyecto.

Pero esta división de funciones continúa y se sigue progresivamente apartando al arquitecto de otros aspectos. La dirección de obra se deja en manos muchas veces exclusiva de – tendré que decirlo en inglés - Project Managers que van a realizarla con la única meta de cumplir plazo y presupuesto. Pero aún más aparecen otros agentes que compiten y a veces deciden sobre aspectos de la máxima importancia en un proyecto: paisajistas, interioristas, directores de obra, redactores de programas, etc. En definitiva nuclear, dividir, la tarea de un arquitecto, no creemos que sea el camino deseable.

Este es el mundo que se aproxima, o que ya está aquí, bueno es conocerlo para poder decidir cuál sea la posición a adoptar.


Déjennos, por otra parte, y abandonando estos aspectos que tienen más que ver con la práctica general que con nuestra propia circunstancia, hacer una pequeña afirmación arquitectónica, una breve definición de cómo nos vemos a nosotros mismos, o explicar qué posición hemos pretendido mantener dentro de nuestra profesión.
 

El ejercicio de la arquitectura – como ustedes saben- es una actividad compleja donde confluyen y se superponen muchos factores. Dado lo transversal de nuestra actividad, no es extraño que en determinados momentos se produzca la sobrevaloración o la hipertrofia de alguno de estos factores.

En el tiempo que nos ha tocado desenvolvernos como arquitectos hemos sido testigos de algunos de estos procesos: sin ir más lejos, hemos visto sucesivamente cómo este papel predominante ha recaído; en la obsesión por el futuro y sus metáforas formales; en la arquitectura como instrumento de redención social; en el retorno a la historia y como consecuencia al idealismo de ver la realidad construida reducida a tipos. Podemos aún prolongar esta ya larga relación: hemos asistido también a la descomposición o el fraccionamiento de las formas como supuesto reflejo de la fragmentación social o aún más recientemente, comprobamos cómo la preocupación medioambiental viene elevada a categoría casi única de valoración de lo que se construye.

Todo ello, sin duda, nos ha influido y nos influye, de todo ello hemos aprendido y aprendemos, pero con todo ello hemos intentado mantener una cierta distancia. Lo que consideramos un sano eclecticismo por nuestra parte nos ha hecho siempre evitar el entusiasmo por ninguna de estas tendencias y por tanto la adhesión a los consiguientes grupos o movimientos.

Esto que podríamos llamar voluntad de independencia ha ido en paralelo a una clara voluntad de profesionalización. El dominio del oficio, entendido como la protección que oculta, que mantiene en su debida proporción a todos los componentes de la arquitectura. De una manera más explícita, también el estilo, la condición visual del objeto arquitectónico, la definición de la forma en suma, se incorpora como un nuevo factor, todo lo demás, todas las otras preocupaciones a que antes nos hemos referido, deben quedar en un discreto segundo plano para que el edificio, la arquitectura, pueda aparecer independiente, no narrativa, a solas.


El agradecimiento a Rafael por su laudatio debe ir más allá de lo habitual en este tipo de discursos. Para nosotros él primero fue esa sorpresa que descubrimos cuando a mitad de nuestra carrera nos trasladamos a la Escuela de Madrid en busca de los grandes arquitectos del momento que eran profesores en esa escuela y nos tocó como profesor un joven entonces desconocido, Rafael Moneo. En seguida, a través de él descubrimos una manera distinta de ver la arquitectura, una manera culta en la que la historia era importante y capaz de arrojar luz sobre problemas actuales. Una manera de entender la arquitectura más compleja de lo que entonces siquiera suponíamos.
 

Desde entonces Rafael ha sido para nosotros la guía de qué tipo de arquitecto queríamos ser. En fin, muchas gracias por tus palabras de hoy y tu magisterio de siempre.

Nos gustaria en este punto hacer mencion a tantos colaboradores como han pasado por nuestro estudio a lo largo de tantos años de actividad, por periodos mas o menos prolongados, pero quizas nuestro especial agradecimiento debe ir hoy para aquellos que habiendo renunciado a sus propias carreras personales permanecen con nosotros haciendo de la colaboracion su opción profesional sea como arquitectos o en los otros campos de la actividad de nuestra oficina.


Igualmente a los profesionales y técnicos exteriores a nuestro estudio que han colaborado con nosotros de manera habitual, a todo lo largo de nuestra carrera. Han compartido con nosotros todas las preocupaciones y sinsabores de las obras y muy poco de estos honores.
 

Y por último manifestar el agradecimiento a nuestras familias que durante tantos años han soportado y aceptado las largas horas de dedicación a nuestra actividad arquitectónica. A nuestras esposas Asunta y Amalia, a nuestros hijos Alfonso y Amalia, los pequeños, que ejercen otras profesiones y a Pepe y Teresa, que hoy son piezas importantes de nuestro estudio y a buen seguro en el futuro serán capaces de prolongarlo.

El ser dos personas en un solo arquitecto ha obligado a que nuestra personalidad, la personalidad del arquitecto Cruz y Ortiz, sea fruto de un consenso. A través del intercambio constante hemos aprendido juntos la profesión e intentado comprender la sociedad en que vivimos. Así, con la mutua vigilancia de nuestras propuestas hemos seguramente evitado cometer grandes errores, intentado destilar las mejores ideas de proyecto, ganando en certidumbre y confiamos en que a veces hayamos sido capaces de conservar la frescura e inmediatez que una buena obra de arquitectura debe tener.



Muchas gracias a todos vosotros por vuestra asistencia y atención a nuestras palabras de hoy.













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